" LOS VIAJES MÁS BELLOS SE HACEN CON LAS ALAS DE LA FANTASÍA
" Gerónimo Stilton, editor jefe de El Eco del Roedor.

miércoles, 19 de enero de 2011

Julia

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Llegó el día. Aquella tarde se enfrentó a lo que era. Recostó su deteriorado cuerpo en el filo de la silla. Apretó sus labios, dejó caer el mentón y cerró los ojos. Julia trataba de contener su furia. Pero sus esfuerzos por respirar se hacían inútiles, su pecho subía y bajaba espasmódicamente. El aire no le llegaba. Sus manos temblaban y sus piernas se enredaban como raíces. Y el latido. El latido en sus sienes era insoportable, sentía la cabeza a punto de estallar, como una olla exprés. Y explotó.

Saltó de la silla, se lanzó a la calle y empezó a correr hacia ninguna parte. Sus piernas eran como dos entes independientes de su cuerpo. No las sentía, sólo sabía que todo lo que estaba a su alrededor pasaba muy rápido. Uno tras otro, Julia iba sorteando los obstáculos. Personas, coches, farolas, todo le estorbaba. Pero, por primera vez, ella estaba siendo más rápida que todos los demás.

El viento iba en su contra, su cabello hacia atrás. Las lágrimas caían al vacío antes de recorrer su cara. Sus mejillas se agitaban hacia los lados, y su boca escupía saliva y vaho. El aire en su cara le hacía sentir viva. A decir verdad, aquélla era la sensación más agradable que había sentido en años.

Así que Julia corría y corría, sus fuerzas no flojeaban. Nadie podía pararla. Sus lágrimas desaparecieron y su cara tensó una sonrisa. Una verdadera sonrisa. Sabía, sentía, que con cada trote iba alejándose cada vez más de aquella basura.


lunes, 17 de enero de 2011

Everything and nothing; J.L. Borges

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A los veintitantos años fue a Londres. Instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o Tamerlán y volvía a ser nadie.


 

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