" LOS VIAJES MÁS BELLOS SE HACEN CON LAS ALAS DE LA FANTASÍA
" Gerónimo Stilton, editor jefe de El Eco del Roedor.

martes, 17 de septiembre de 2013

Consuelo

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Para Consuelo Rodríguez Yánez

Consuelo cierra los ojos y las luces se encienden. Al fondo un caballero la mira con pose interesante. Al contrario que muchos viudos, el seductor va bien vestido y tiene buena planta. Viste una camisa de rayas blancas y azules con los últimos botones desabrochados, bajo los que se esconden una cruz de oro y un pecho canoso. Lleva un pantalón azul marino, que cae con suavidad sobre unos mocasines del mismo color. Parece alto y delgado. Para Consuelo es importante que sean altos. Los mejores bailarines masculinos deben ser altos. Al menos eso es lo que ella piensa. El caballero se le acerca, coge su mano con seguridad, tirando hacia arriba. Consuelo se ruboriza, pero su vergüenza es simulada. Ella sabe cómo funciona el juego. Tras unos segundos decide levantarse, dejándose llevar por su acompañante hasta la pista de baile. El seductor y Consuelo comienzan su baile.
Hora de la comida. Primer plato: puré de zanahorias. Segundo plato: carne molida. Consuelo ya no come alimentos sólidos. Sí puede comer fruta, pero no su favorita: el plátano. El médico se lo ha prohibido.
La sala apenas tiene luz natural. Hay dos ventanas al fondo, pero las persianas están casi siempre bajadas. Después de la comida toca la siesta. La enfermera acomoda a Consuelo en la cama. La tumba girada hacia el lado derecho. La enfermera deja a oscuras la habitación y cierra la puerta. Atrás deja a cuatro mujeres que no se habían visto en su vida pero que el destino ha querido que compartan sus últimos días. Podrían haber sido ellas u otras. A Consuelo eso tampoco le importa mucho. No hablan demasiado entre ellas, casi siempre duermen, como los bebés.
El seductor le susurra al oído cuál es su nombre. Consuelo le responde. Él mantiene su brazo izquierdo erguido sobre su espalda, pero apenas la toca. Sus manos derechas se aprietan con fuerza en el aire. Hacen buena pareja de baile. Consuelo gira sus piernas mostrando sus nuevos zapatos. Tiene cientos. Cuando era pequeña, sus compañeros de clase se mofaban de ella por ir descalza. Por eso le gusta tanto mostrarlos.
Después de tres canciones, deciden sentarse en una mesa. Ella pide una cerveza sin alcohol y él agua. Consuelo le cuenta que tiene seis hijos y que enviudó con 48 años. Mantuvo su luto durante tres años, vistiendo de negro y aceptando con rigor la compasión de los demás. Pero después se recompuso y se enamoró, varias veces. Eso sí, Consuelo aclara al seductor que ella no es una mujer fácil, ni siquiera enamoradiza. Ella es salvaje, aunque también sentimental. Salvaje y sentimental, así se define. El seductor parece sorprendido con las historias que le cuenta Consuelo. A ella le gusta hacer reír. Sabe bien cómo hacerlo. Su mezcla de espontaneidad rural y refinamiento urbano son divertidos. Ella sabe perfectamente cómo mostrar haber tenido la suerte que nunca tuvo. Ahí están sus zapatos, uno diferente cada noche.
Se suben las persianas y entra un poco de luz. Otra vez hay que comer. En esta ocasión una papilla de fruta. La sientan en la silla y la enfermera echa las monedas en la televisión. A Consuelo solo le gustan los telediarios, o los partes, como ella les llama. Puede ver los partes de todos los canales. Antes sabía perfectamente qué pasaba en cualquier parte del mundo. Pero ahora no, en esta televisión las imágenes parecen siempre las mismas, como si los partes se repitieran un día tras otro. Quizás la tele está rota. Ella no dice nada. Ya cuando llegue a su casa, con su tele, verá los partes como es debido, justo después de volver del baile.
 

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