
Una cascada de dedos vuelven a acariciar las teclas. El reflejo del espejo en el techo es inapelable, tu estilo inconfundible. Cuando tocas el piano me recuerdas a cuando me sermoneabas: Barbilla alta, gesto estirado, mirada fija y nariz en punta hacia ninguna parte. Una neblina nostálgica se insinúa entre los recuerdos de esta estancia, que ahora, como cada vez que te invoco, se vuelven reales.
Una vez más, te sientas a mi lado. Colocas tus manos sobre las mías y dejamos que el sonido se adueñe de este instante. En cada nota desnudamos nuestras almas y nos descubrimos ante un auditorio imaginario. Nos sentimos fuertes y dichosos, cómplices de estos encuentros impenetrables.
Una porción de felicidad y otra de llanto componen este frenesí de sensaciones. Remolinos de sentimientos que se entremezclan con el ir y venir de este compás. Virtuosismo en las yemas, en los dedos, en las manos, y un aroma ardiente a whisky supuran nuestras heridas. Sostenemos la negra al aire más que nunca y atornillamos cada acorde como si fuese el último. La música nos acompaña, nos acompañará siempre, y este piano, majestuoso y señorial, será nuestro único confidente.
Terminas en la nota eterna, deslizas las mangas de tu mejor traje, te colocas el sombrero y enfilas el baile de mesas de la sala. Ni una mirada, ni una palabra. Indómito y rebelde desapareces por el mismo camino por donde has venido. Te alejas con tu singular andar, con los hombros encorvados y la cabeza gacha. Y con esa eterna sonrisa, porque, sólo tú y yo, sabemos que esta nueva despedida volverá a ser un nuevo reencuentro.
y esto? que romantica!!
muy bonito...y despues de esto no te entran ganas de aprender a tocar para sentirlo desde dentro...?