
Una cascada de dedos vuelven a acariciar las teclas. El reflejo del espejo en el techo es inapelable, tu estilo inconfundible. Cuando tocas el piano me recuerdas a cuando me sermoneabas: Barbilla alta, gesto estirado, mirada fija y nariz en punta hacia ninguna parte. Una neblina nostálgica se insinúa entre los recuerdos de esta estancia, que ahora, como cada vez que te invoco, se vuelven reales. Una vez más, te sientas a mi lado. Colocas tus manos sobre las mías y dejamos que el sonido se adueñe de este instante. En cada nota desnudamos nuestras almas y nos descubrimos ante un auditorio imaginario. Nos sentimos fuertes y dichosos, cómplices de estos encuentros impenetrables. Una porción de felicidad y otra de llanto componen este frenesí...