"La mcdonalización de la cultura es capaz de avanzar más rápido y llegar más lejos que el propio mercado de los MacDonalds. Se puede vivir su espectáculo aunque no se pueda consumir sus hamburguersas". J.R. Fabelo.
(I)
Todo empezó hace décadas en un pueblo andaluz de menos de 1000 habitantes, El Palmar. El Palmar transgredía toda la lógica reinante en los territorios adyacentes. Todos los agraviados por el sistema parlamentario (el existente entonces) huían hacia el pueblo. Los palmeros se organizaban como una polis griega pero sin esclavos. Se constituían asambleas populares cada domingo y los representantes se elegían por sorteo entre los residentes mayores de 18 años, sin posibilidad de reelección. Los representantes distribuían los trabajos y establecían normas de vecindad. Aquéllos que realizaban trabajos voluntarios eran admirados por el pueblo. En El Palmar eran autosuficientes, vivían de sus productos y todas las demás necesidades las adquirían directamente de las fábricas cercanas. No había hipotecas, ni préstamos, ni desalojos, ni multas. En El Palmar todos se ayudaban mutuamente. No era comunismo, no era socialismo, no les interesaba definirse bajo ninguna forma política existente. Era su sistema. Todos eran libres de abandonar el pueblo si se cansaban de él. Pero muy pocos lo hacían.
(II)
Siglo y medio después, los territorios nacionales y los municipios habían desaparecido. Sólo existía la Supranación, gobernada por el grupo de los 10 versados, lo diez hombres más ricos. Los versados reunieron a la población mundial en torno a 10 puntos geográficos. En cada uno de esos puntos, un versado controlaba todo lo que ocurría a su alrededor gracias a un numeroso grupo de fieles que eran recompensados por su lealtad. Al principio de la Supranación, las cosas no fueron fáciles. Se necesitó mucha represión y sangre para adiestrar a las masas. Pero pronto todo cambió. Los versados dieron con la fórmula. A cambio de trabajo y fidelidad del pueblo, el Gobierno supranacional satisfacía todas las necesidades de ocio de sus habitantes. Funcionó.
Inspirados por esa sociedad del espectáculo descrita por Guy Debord dos siglos atrás, el grupo de los 10 versados logró que todo lo vivido por aquellas masas no fuera más que una representación. El reinado autocrático de la economía del ocio y el espectáculo llegó a estamentos desconocidos. Se hicieron dueños, no sólo de la percepción de los hechos presentes, sino que se convirtieron en amos absolutos de los recuerdos y de los proyectos de futuro de todos los habitantes de la Supranación. El Gobierno, con una sutileza admirable, imponía a las masas cómo y qué consumir en su tiempo de ocio. Lo cierto es que fue tremendamente efectivo, ya que los habitantes estaban convencidos de la libertad de sus acciones y decisiones.
La dominación de lo espectacular comenzó con hacer desaparecer el conocimiento histórico y la práctica totalidad de las informaciones. En cada punto geográfico crearon las Mass Offices, presididas por los propios versados. Estos ministerios empezaron por organizar un estado de coma generalizado, sustituyendo la palabra por las imágenes. La alineación de los trabajadores, que ya existía desde el siglo XVIII, abarcó entonces toda la existencia humana, incluido el tiempo de ocio. Se extrajo una nueva plusvalía, llamada plusvalía global, que era resultado de sumar a la del trabajador, la colonización del ocio, la banalización de espíritu y una nueva cultura que convirtió al trabajador en un espectador pasivo de su propia enajenación. La vida se convirtió entonces en espectáculo y comenzó a ser vivida a través de la representación de objetos e imágenes.
En pocos años, los habitantes de la Supranación eran partícipes entregados de la sociedad espectacular. Sin embargo, la creencia popular de que todo el Planeta era un sólo bloque, sin desigualdades en las condiciones de existencia, era una falacia más del nuevo régimen. Los únicos depositarios de la verdad eran los 10 versados y sus hombres más allegados. De manera sorprendente, desde la creación de la Supranación no había existido ningún conflicto de poder entre los versados. Pero en pocos años, las desigualdades en las tomas de las decisiones se hicieron más visibles. Los versados de las zonas más fértiles y prolíficas ampliaban sus prerrogativas sobre los otros. Uno de los más afectados siempre fue Jeff Moore, el versado del noveno punto geográfico, aquél que estaba en la zona más yerma y fría de toda la Supranación. Un buen día, Moore, harto de su papel secundario, decidió traicionar al Gobierno de la Supranación.
(III)
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