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" Gerónimo Stilton, editor jefe de El Eco del Roedor.

martes, 22 de enero de 2013

Los rusos no solo le dan al vodka

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En mitad de la guerra fría, allá por el año 1978, tuvo lugar la Revolución de Sau, por la que el Partido Democrático Popular de Afganistán constituía un nuevo régimen socialista. Tras décadas de conflicto, los comunistas afganos, fuertemente respaldados por el ejército soviético, deponían al régimen populista de Mohammed Daud Khan, un dictador de corte liberal contrario a la causa comunista. El régimen socialista afgano resistió hasta 1992, cuando el gobierno estadounidense logró posicionar a sus amigos los talibanes al mando del país.
Durante todos esos años de panacea comunista, la Unión Soviética y Afganistán mantuvieron relaciones fraternales. Los árabes se sentían muy agradecidos con sus amigos, casi hermanos, del norte. Como muestra de agradecimiento, los afganos incrementaron exponencialmente sus plantaciones de opio. De esa forma, consiguieron ingentes cantidades de dinero con la que sufragar la causa soviética contra los norteamericanos. Y es que los afganos sabían bien, que tal y como dice el refrán, es de bien nacido ser agradecido.
Pero poco sabían los rusos que el favor afgano se les iba a volver en su contra. Cuando el país de Asia Central cayó bajo el régimen talibán, los rusos ya no les caían en gracia. Parece ser que el rollo comunista no casaba bien con los ideales del extremismo islamista. Eso de beber vodka, pues tampoco. Además, los talibanes se sentían resentidos después de décadas de marginación y represión política por parte del gobierno soviético afgano. Así que, muy listos ellos, hicieron de los rusos sus mejores clientes en el mercado del opio. Qué mejor forma de degradar a un país que haciéndoles llegar toneladas de heroína.
Lo cierto es que la jugada les ha salido perfecta. Actualmente Afganistán produce el 90% del opio mundial, de la que el 21 % va a parar a los pálidos cuerpos de los ciudadanos rusos. Tal es así, que hoy en día, Rusia ostenta el dudoso honor de ser el mayor consumidor de heroína del mundo. Esta plaga destructiva se hace aun más visible a medida que te alejas de Moscú.
La mayoría de ciudades rusas se han convertido en horizontes de cemento derruido, con altas tasas de paro, producto de una economía paralizada y una gestión política inexistente en muchas zonas del país. Y es que, lo que un día fue motivo de orgullo, su enorme extensión territorial, hoy se ha convertido en un verdadero lastre para un gobierno tan corrupto como ineficaz. Un pequeño ejemplo del olvido ruso es la ciudad de Novokuznetsk, en el sur de Siberia. Según los datos oficiales, esta ciudad tiene al 20% de sus habitantes adictos a la heroína. Una cifra que, tal y como son los tecnócratas rusos, es bastante probable que sea sustancialmente superior.
Esas cifras oficiales de las que hablamos también nos aportan datos para la reflexión: en Rusia, cada año se asocian más de 40.000 muertes a la heroína. Lo que supone un tercio de todas las muertes del mundo causadas por esta droga. Si bien, el gobierno ruso parece estar preocupado por otros asuntos. Los políticos rusos, ya lo sabemos, no destacan por ser demasiado alarmistas. Solo habría que recordar la parsimonia con la que actuaron en la hambruna de la década de 1920 o en el accidente de Chernóbil de 1986. Por ahora, el gobierno de Medvedev se niega a financiar programas de prevención o apoyo a los drogadictos. Nada de legalizar la metadona o permitir que ONG’s suministren agujas limpias a los adictos. De hecho, todas las organizaciones oficiales que trabajan en Rusia por resolver este problema son extranjeras.
Ahora que los rusos y estadounidense son (casi) colegas, y que estos últimos están algo mosqueados con los talibanes, se han unido en su batalla por desmantelar los canales de suministros de opio que van desde Afganistán por todo Asia Occidental. Este mismo verano, Obama y Medvedev se congratulaban por su eficaz política contra el narcotráfico de opio. Sin embargo, estas medidas, acompañadas por el desprecio del gobierno ruso por los drogadictos patrios, están provocando la aparición de nuevas drogas, como el Krokodil, un opiáceo sintético que se obtiene a través de productos de farmacia, con efectos más letales que la propia heroína.
En cambio, parece ser que los políticos rusos son un poco tozudos y no hay quien les convenza de nada, que para eso son rusos. Esperemos que con la alarma que está causando el SIDA en el país, se enteren de una vez que los rusos no solo le dan al vodka.

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